sábado, 17 de septiembre de 2011

La novela hormiguero


Lo elegí porque me fascina Edward O. Wilson. Con Viaje a las hormigas, una obra que escribió junto a Bert Hölldobler en 1994, este profesor emérito de Harvard me despertó una insospechada admiración esos diminutos ejemplos de laboriosidad. A lo largo de su carrera, el mayor experto mundial en estos insectos ha traspasado las barreras de la entomología, para convertirse en uno de los grandes sabios de nuestro tiempo. Su ávido espíritu no entiende de límites entre disciplinas a la hora de asimilar y entretejer conocimientos, y de comunicarlos con una innata capacidad para la divulgación.

Anthill, publicada por W.W. Norton.
Su primera novela, Anthill (montículo del hormiguero, en inglés), reclamó su espacio en mi verano, se lo presté y me lo ha devuelto repleto de satisfacción.

El armazón de la historia nos coloca ante Raff, un chiquillo de una pequeña localidad de Alabama, que comienza a explorar los alrededores del cercano lago Nokobee con los ojos aventureros de quien intuye el mayor tesoro del mundo, plagado de nuevas joyas y de acechantes obstáculos. A lo largo la vida de Raff, Wilson va desplegando un catálogo de temas interconectados a diversas profundidades, como las galerías de un hormiguero.

De la mano del protagonista, descubrimos ejemplos de canibalismo animal, tiburones que surcan ríos, comportamientos de cortejo o de huida, serpientes venenosas o caimanes gigantes, y durante varios capítulos nos sumergimos en la detallada y fascinante vida de una colonia de hormigas desde su propio ángulo de visión, lo que nos convierte en testigos a su altura de su forma de comunicación, sus luchas, su división del trabajo o su reproducción.

De paso caminamos por la ideosincrasia del profundo Sur de los Estados Unidos, por la importancia de una educación tutelada por profesionales adecuados, el valor del esfuerzo, el fanatismo religioso, por el aparente conflicto entre desarrollo económico y ecología, por la búsqueda de términos medios para resolver problemas a través de sendas originales y no transitadas, por el miedo, la ambición, el deseo, los intereses creados, la importancia de respetar y conocer las opiniones de otros, y por la felicidad que proporciona reconocer el lugar esencial de un ser humano en la vida.

No se trata de un mensaje desde la autoridad del científico. Sobre los cimientos de años de investigación y dominio del mundo natural, la narración se expone de tú a tú, sin el menor atisbo de erudición arrogante, en un lenguaje llano y con una tensión argumental mantenida hasta el final de la obra.

Sin dogmatismos, este libro nos hacer entender con suma sencillez los más complejos y sutiles mecanismos del mundo natural, de la dependencia y la conexión entre todos los seres del mundo y, a su vez, entre ellos y el entorno. Y no nos queda más remedio que derivar de ellos nuestra propia responsabilidad para preservarlos.

Anthill constituye una declaración de amor a la naturaleza y una profunda visión sobre cómo participar en el mundo que tenemos. De una forma más responsable y eficiente.