sábado, 18 de febrero de 2012

Mejor vivir sin miedo

La memoria justificativa y económica que acompaña al Decreto Ley para la reforma del mercado laboral ofrece, entre otros, el siguiente argumento: "al ser el riesgo de despido muy reducido, se desincentiva el esfuerzo y se genera una excesiva resistencia a la adaptación a nuevas necesidades".

Para que rindamos más, mejor inundarnos de miedo al despido. ¿Hemos llegado a una sociedad que necesita recurrir al miedo como elemento oficial para fomentar la productividad? El miedo lo que crea es miseria. Quien piense que puede controlar su efecto hace gala de una raquítica talla intelectual, una absoluta carencia de perspectiva histórica y, por supuesto, de la más mínima calidad humana. Es cierto que el miedo puede activar la obediencia y paralizar la resistencia en un principio, pero, convertido en epidemia social, se torna el más fértil caldo de cultivo para la irracionalidad, la rabia, la violencia y, en última instancia, la atrocidad.

Invocar el mecanismo de protección más básico de la biología como solución representa una renuncia a (o una incapacidad para) buscar alternativas más elaboradas, fundamentadas en los avances, experiencias y conocimientos que la Humanidad ha ido acumulando desde que tembló por primera vez ante el rugido de una fiera.

Lamentablemente ese bagaje más refinado no parece calar con tanta intensidad en el pensamiento colectivo. Su esencia nos dice que el combustible más efectivo para el esfuerzo, la creatividad y el compromiso se compone del reconocimiento, el apoyo y la seguridad de saberse útil y apreciado.

Esa forma de motivación no sólo garantiza la eficacia laboral, también proporciona una satisfacción personal que favorece otros ámbitos de relación social. Constituye un beneficio a largo plazo y una garantía de futuro para cualquir empresa cuyos gestores se interesen realmente por el contenido de la actividad que realizan, la calidad de sus productos y el respeto a los clientes. Unos trabajadores satisfechos y seguros sólo pueden representar una amenaza para directivos o empresarios sin preparación o méritos suficientes para el cargo que desempeñan, o interesados únicamente en enriquecerse ayer mejor que hoy, a costa de lo que sea.

La repercusión de los drásticos recortes en los derechos de los trabajadores que plantea esta ley va mucho más allá del ámbito laboral. La abundancia de medidas dirigidas a prescindir a bajo coste de los empleados o modificar las condiciones de sus contratos (el sueldo, el horario, incluso sus funciones) transmite la convicción de que su ya precario bienestar constituye el mal último que ha generado esta crisis.

¿Nadie se da cuenta de que son los trabajadores quienes van a producir y que privarles de seguridad, medios y dignidad terminará por afectar a la calidad de los productos y servicios que generan? ¿De verdad esperamos algún nivel de competitividad internacional minando la moral del principal activo de un país?

Me preocupa más el trasfondo humano de este planteamiento que el económico. Pero que quienes velan por este aspecto en nuestro país también pasen por alto este tipo de consecuencias se me antoja un auténtico despropósito.

Hasta aquí la reflexión. Mañana domingo hay convocadas manifestaciones en toda España para expresar el desacuerdo con la reforma laboral. La aplicación de esta ley puede afectar gravemente al grado de dignidad que nos devolverá el espejo cada mañana. A nosotros y a las generaciones que nos siguen.

Dicen que mañana hará buen tiempo para salir a la calle y pasear al sol el deseo de no vivir atenazado por el miedo.